Juan 14–17 | Permaneced en mi amor

Escrito el 06/06/2023
Hernán Felipe Toledo

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Resumen de la clase

Durante Su última velada con Sus discípulos, Jesucristo les enseñó acerca de Su naturaleza y misión. Enseñó que Él es el camino de regreso al Padre Celestial y comparó la relación de Sus discípulos con Él con las ramas de una vid. Mientras celebraban la Pascua judía en el aposento alto, el Salvador enseñó verdades importantes a Sus apóstoles. A medida que se acercaba Su inminente sufrimiento en Getsemaní y en el Calvario, Jesús instruyó a esos hombres a quienes amaba profundamente: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Durante el ministerio del Salvador, los Apóstoles disfrutaron del poder del Espíritu Santo, pero aún no habían recibido el don del Espíritu Santo, el cual les permitiría, mediante su rectitud, tener la compañía constante del Espíritu Santo. Jesucristo prometió bendecirlos con el don del Espíritu Santo después de Su ascensión al cielo.

Jesucristo ofreció Su gran oración intercesora (es decir que suplicó al Padre Celestial en favor de Sus apóstoles y de todos los que creen en Él) poco antes de sufrir por nuestros pecados. Como parte de Su oración, Jesús declaró que conocer al Padre y al Hijo es tener la vida eterna (véase Juan 17:3).

Juan 14:2 ¿Qué significa que hay muchas moradas en casa del Padre Celestial?

El profeta José Smith (1805–1844) enseñó:

[La expresión]: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” [ Juan 14:2 ] […] [d]ebería decir: “En el reino de mi Padre muchos reinos hay”, a fin de que sean herederos de Dios y coherederos conmigo […]. Hay moradas para aquellos que obedecen una ley celestial, y hay otras moradas para aquellos que no cumplen con la ley, cada cual en su propio orden.

(Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 231)

El camino

Dios desea que encuentren el camino de regreso a Él; y el Salvador es el camino [véase Juan 14:6 ]. Dios quiere que ustedes aprendan acerca de Su Hijo Jesucristo, y que sientan la paz y el gozo profundos que vienen de seguir el camino del discipulado divino.

(Dieter F. Uchtdorf, “Cómo recibir un testimonio de luz y verdad”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 21)

El amor y la obediencia

El Élder Christofferson estableció reflexiones conectadas en estos capítulos, Juan 14 y 15.

¿No has de amarlo a Él, quien primero te amó a ti? [véase 1 Juan 4:19 ]. Entonces, guarda Sus mandamientos [véase Juan 14:15 ]. ¿No serás amigo de Él, quien dio Su vida por Sus amigos? [véase Juan 15:13 ]. Entonces, guarda Sus mandamientos [véase Juan 15:14 ]. ¿No permanecerás en Su amor y recibirás todo lo que Él amorosamente te ofrece? Entonces, guarda Sus mandamientos [véase Juan 15:10 ].

(Véase D. Todd Christofferson, “Permaneced en mi amor”, Liahona, noviembre de 2016, pág. 51)

Cada uno de nosotros debería preguntarse por qué obedece los mandamientos de Dios. ¿Es porque tenemos miedo al castigo? ¿Es porque deseamos las recompensas de vivir una vida recta? ¿Es porque amamos a Dios y a Jesucristo y deseamos servirlos?

Es mejor obedecer los mandamientos por miedo al castigo que no obedecerlos; sin embargo, seríamos mucho más felices si obedeciéramos a Dios porque le amamos y deseamos obedecerle.

La vid

Cristo dijo: “Yo soy la vid verdadera, y… vosotros los pámpanos” (15:1, 5). “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (15:4).

“Permaneced en mí” es un concepto comprensible y hermoso en la elegante versión del rey Santiago de la Biblia en inglés, pero el vocablo inglés que corresponde a “permanecer” ya no es una palabra que se emplee mucho. Personalmente, adquirí una apreciación aún más profunda de esta admonición del Señor al leer la traducción de ese pasaje en otro idioma. En español, dice “permaneced en mí”. Al igual que el verbo inglés “abide”, el verbo “permanecer” equivale a quedarse en un determinado lugar o mantener una determinada posición y hasta un gringo como yo comprende que en este contexto significa “quedarse, pero quedarse para siempre”. Tal es el llamado del mensaje del Evangelio para los chilenos y para todo otro pueblo del mundo. Vengan, pero vengan para quedarse; vengan con convicción y perseverancia; vengan y quédense permanentemente, por el bien de ustedes mismos y por el bien de todas las generaciones que les seguirán, y nos ayudaremos los unos a los otros a ser fuertes hasta el fin (Élder Holland en Conferencia de Abril, 2004).

El Espíritu Santo

El Salvador enseñó que el Espíritu Santo testificaría de Él y lo glorificaría (véase Juan 15:26 ; 16:13–14).

El presidente Russell M. Nelson observó: “La verdad más importante que el Espíritu Santo podría testificarles es que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

Juan 16:7 . ¿Qué quiso decir el Salvador cuando dijo: “… si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros”?

Por alguna razón que no se explica en su totalidad en las Escrituras, el Espíritu Santo no obró por completo entre los judíos durante los años de la jornada terrenal de Jesús (Juan 7:39 ; 16:7). Declaraciones en cuanto a que el Espíritu Santo no vino hasta después de que Jesús resucitara se deben referir forzosamente solo a esa dispensación en particular, puesto que está perfectamente claro que el Espíritu Santo obraba en dispensaciones anteriores. Es más, se refiere solamente a que el don del Espíritu Santo no estaba presente, puesto que el poder del Espíritu Santo obraba durante el ministerio de Juan el Bautista y el de Jesús; de otra forma, nadie habría recibido un testimonio de las verdades que esos hombres enseñaron (Mateo 16:16–17 ; véase también 1 Corintios 12:3).

Verdades que encontramos en la oración intercesora de Juan 17

Esta oración de Jesucristo, en sus últimos días de ministerio, nos enseña verdades eternas que sustentan nuestra fe y doctrina.

Hoy hago un breve resumen:

El conocer a Dios y a Cristo es la vida eterna, tal como lo expresa Juan 17:3. El ÉLder Bruce R. McConkie: “Una cosa es saber acerca de Dios y otra conocerlo a Él. Sabemos acerca de Él cuando aprendemos que es un ser personal a cuya imagen se creó al hombre; cuando aprendemos que el Hijo es la imagen misma de la persona de Su Padre; cuando aprendemos que tanto el Padre como el Hijo poseen ciertos atributos y poderes específicos. Pero los conocemos, en el sentido de obtener vida eterna, cuando disfrutamos y experimentamos las mismas cosas que ellos. Conocer a Dios es pensar lo que Él piensa, sentir lo que Él siente, tener el poder que Él posee, comprender las verdades que Él entiende y hacer lo que Él hace. Aquellos que conocen a Dios llegan a ser como Él, y a vivir la clase de vida que Él vive, lo cual es la vida eterna” (Doctrinal New Testament Commentary, 3 tomos, 1965–1973, tomo I, pág. 762).

Jesús informó de la culminación de su obra. Es interesante ver que en los versículos 4 y 5, aparece el informe al Padre de haber acabado con la obra encomendada y pidiendo entonces la gloria al Padre. Aún cuando no había sucedido la expiación, la expresión de haber acabado parece mostrar que Jesús ya había tomado la decisión indefectible de pasar por lo que tenía que pasar, luego de sus tres años de ministerio.

Jesucristo y el Padre Celestial son dos personajes. En Juan 17:11, 21-22, se muestra claramente como hay un Jesús en la tierra orando a su Padre en los cielos y pidiendo que sus disípulos sean uno, así como él lo es con el Padre. Esto entonces quiere decir que el Padre es un personaje y Jesús es Su hijo, otro personaje, de la misma manera en que un discípulo es aparte de otro disípulo. No obstante, pide que los discípulos tengan esa unidad, la de Él con el Padre.

La unidad es un atributo de la perfección. Se menciona seis veces la palabra uno, aludiendo a la unidad y específicamente Cristo rogaba por sus discípulos “para que sean perfeccionados en uno” (17:23). El Élder Holland una vez dijo: “La acepción literal del vocablo inglés atonement [expiación] lo explica por sí mismo: “at-one-ment” [unirse en uno], o sea, la unión de las cosas que hayan estado separadas o apartadas” (“La expiación de Jesucristo”, Liahona, marzo de 2008, pág. 34).

Nos leemos/vemos en la próxima clase!

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