Lucas 12–17; Juan 11 | Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido

Escrito el 01/05/2023
Hernán Felipe Toledo

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Resumen de la clase

Cerca del final del ministerio terrenal del Salvador, los fariseos y los escribas se quejaron de la asociación de Jesús con los publicanos y los pecadores. En respuesta a sus quejas, Jesús enseñó las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.

Mientras viajaba desde Galilea a Jerusalén, Jesús sanó a diez leprosos. Solo uno de los que fueron sanados regresó a darle las gracias a Jesús.

María y Marta le pidieron a Jesús que viniera y ayudara a su hermano enfermo, Lázaro. Jesús demoró intencionalmente Su viaje y llegó cuatro días después de que Lázaro hubiera muerto. Jesús mostró Su compasión y lloró con las hermanas; luego, Él levantó a Lázaro de entre los muertos.

Lucas 15:7 ¿A qué se refería el Señor cuando dijo “noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”?

José Smith enseñó que una forma de interpretar la parábola de la oveja perdida es comparar las noventa y nueve ovejas con los fariseos y saduceos que pensaban que no necesitaban venir a Jesucristo y arrepentirse (véase History, 1838–1856 [Historia manuscrita de la Iglesia], tomo D-1, pág. 1459, josephsmithpapers.org).

¿Por qué es tan importante buscar, encontrar y nutrir a aquellos que están perdidos?

El presidente M. Russell Ballard, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

Cada alma es muy valiosa para nuestro Padre Celestial. Nunca debemos olvidar que, por medio de la Expiación, el Señor Jesucristo pagó un gran precio por la redención de cada uno de nosotros. Su padecimiento no debe ser en vano porque dejemos de nutrir y de enseñar a los que se esfuerzan por ser activos en la Iglesia.

(M. Russell Ballard, “¿Llevamos el mismo paso de nuestros líderes?”, Liahona, enero 1999, pág. 8)

Actitudes o disposiciones humanas en la historia del hijo pródigo

El élder Spencer J. Condie nos ayuda a entender que podemos tener rasgos de ciertos personajes de este relato:

En primer lugar, está el egoísta hijo pródigo que no se preocupa por nadie o nada más que por sí mismo. Pero, por suerte, tras vivir desenfrenadamente, descubrió por sí mismo que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10), y “vol[vió] en sí” (Lucas 15:17). Con el tiempo comprendió de quién era hijo, y anheló reunirse con su padre.

Su disposición arrogante y egoísta cedió ante la humildad y un corazón quebrantado y un espíritu contrito cuando confesó a su padre: “He pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Lucas 15:21). Habían desaparecido la rebelión adolescente, el egoísmo inmaduro y la búsqueda de placer constante, y en su lugar había una incipiente disposición a hacer lo bueno continuamente. Ahora bien, si somos completamente sinceros con nosotros mismos, todos confesaremos que en cada uno de nosotros hay o ha habido un poco del hijo pródigo.

Luego está el padre. Algunas personas podrían criticarlo por haber sido demasiado benévolo al conceder el pedido del hijo más joven: “…dame la parte de los bienes que me corresponde” (Lucas 15:12). En la parábola, el padre sin duda comprendía el principio divino del albedrío moral y la libertad de elección, un principio por el que se había librado la Guerra de los Cielos en la vida premortal. Él no tenía la predisposición de obligar a su hijo a que fuera obediente.

Sin embargo, este amoroso padre nunca perdió las esperanzas de recuperar a su hijo descarriado, y su guardia constante se manifiesta en el conmovedor relato de que cuando el hijo “aún estaba lejos… su padre… fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y le besó” (Lucas 15:20). No sólo hubo una abierta manifestación de afecto físico hacia el hijo, sino que el padre pidió que sus siervos le dieran a éste una túnica, sandalias para los pies, y un anillo para la mano, y les indicó que mataran al becerro gordo, al declarar gozoso: “…mi hijo… se había perdido y ha sido hallado” (Lucas 15:24).

A lo largo de los años, este padre había cultivado una disposición tan compasiva, indulgente y amorosa que no podía hacer nada más que amar y perdonar. Ésta es una de las parábolas universalmente predilectas para todos nosotros, porque nos brinda la esperanza de que un amoroso Padre Celestial permanece en la senda, por así decirlo, aguardando ansioso la llegada a casa de cada uno de Sus hijos pródigos.

Y ahora el hijo mayor obediente quien le protestó a su clemente padre: “He aquí tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para alegrarme con mis amigos.

“Pero cuando vino éste, tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo” (Lucas 15:29–30).

Del mismo modo en que cada uno de nosotros puede llevar una porción del hijo pródigo, también puede darse el caso de que todos estemos contaminados con rasgos del hijo mayor. El apóstol Pablo describió el fruto del Espíritu como “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, [y] templanza” (Gálatas 5:22–23). Aunque bien podría ser que el hijo mayor realmente le había sido obediente a su padre, por debajo de la obediencia exterior hervía una presunción interna y la disposición de ser prejuicioso, codicioso y totalmente carente de compasión. Su vida no reflejaba el fruto del Espíritu, porque no estaba en paz, sino más bien angustiado en extremo por lo que consideraba que era una total disparidad en el trato.

Lucas 15:12–13 ¿A qué se refería el hijo cuando dijo: “…[D]ame la parte de los bienes que me corresponde”?

De acuerdo con las costumbres de la época del Salvador, un hijo recibía su herencia solamente después de que su padre falleciera. Que un hijo demandara su herencia antes de la muerte de su padre (véase Lucas 15:12–13) habría sido una ofensa enorme. La petición del hijo se hubiera considerado un repudio a su padre, su hogar, su crianza e incluso toda su comunidad.

Gratitud del leproso

La ley de Moisés les exigía que se presentaran ante el sacerdote a fin de ser pronunciados limpios y volver a sus hogares y a la sociedad (véase Levítico 14). No sabemos los motivos por los que cada uno de los otros nueve hombres no volvieron a dar gracias. Demostraron fe en el Salvador, obedecieron y fueron sanados, pero el Salvador le dijo al que regresó para agradecerle, quien era samaritano, que su fe lo había “sanado” (Lucas 17:19).

En sus 96 años, Russell M. Nelson, Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ha visto muchas pruebas. No obstante, afirma que hay un remedio sencillo para sentir gozo en tiempos difíciles: la gratitud.

En mis nueve décadas y media de vida, he llegado a la conclusión de que es mucho mejor contar nuestras bendiciones que contar nuestros problemas. Sea cual sea nuestra situación, el mostrar gratitud por nuestros privilegios es una receta espiritual de efecto rápido y duradero.

¿Nos libra la gratitud del pesar, la tristeza, la congoja y el dolor? No, pero calma nuestros sentimientos; nos da una mayor perspectiva del propósito mismo de la vida y de su gozo.

(“El poder sanador de la gratitud - Russell M. Nelson”, LaIglesiadeJesucristo.org)

Lucas 17:14 . ¿Es importante el hecho de que el hombre que volvió fuera samaritano?

Los samaritanos eran los que vivían en Samaria, cuya “religión era una mezcla de creencias y prácticas judías y paganas” (véase la Guía para el Estudio de las Escrituras “Samaritanos”). La mayoría de los judíos los miraban con desprecio. Piensa en la razón por la que Lucas mencionó que el leproso agradecido era un samaritano. ¿Qué agrega este detalle a tu comprensión de este relato? ¿Qué te enseña esto sobre el Salvador?

¿Cómo se diferencia la gratitud del hecho de decir “gracias”?

El presidente David O. McKay enseñó sobre la gratitud y el agradecimiento:

La gratitud es algo más profundo que el dar gracias. El agradecimiento es el comienzo de la gratitud. La gratitud es la culminación del agradecimiento. El agradecimiento puede consistir únicamente de palabras. La gratitud se muestra con hechos.

(David O. McKay, “The Meaning of Thanksgiving”, Improvement Era, noviembre de 1964, pág. 914)

¿Por qué Cristo esperó al cuarto día para llegar?

El proceso de descomposición estaba bien avanzado; hacía mucho que se había establecido el fallecimiento con absoluta certeza […]. Para los judíos, el plazo de cuatro días tenía un significado especial; entre ellos existía la creencia popular de que, para el cuarto día, el espíritu ya se había apartado de la cercanía del cuerpo de manera final e irrevocable.

(Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, 3 tomos, 1965–1973, tomo I, pág. 533)

Sufrir en rectitud

Aún cuando María y Marta eran mujeres de fe y rectitud, estaban sumamente afligidas por Lázaro. Muchas veces necesitaremos ayuda y la desearemos pronto. Otras veces podríamos ser tentados a creer que si la ayuda no llegó en cierto momento, entonces ya nada me podría bendecir. La experiencia de Cristo levantando a Lázaro nos ayuda a comprender que Dios comprende mejor todas las cosas y que sólo debemos ser pacientes y aceptar su voluntad.

El élder Matthew S. Holland, de los Setenta, enseñó:

… [H]ay Alguien que entiende a la perfección lo que están pasando, que es “más poderoso que toda la tierra” [1 Nefi 4:1] y que “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que [ustedes] p[iden] o ent[ienden]” [Efesios 3:20]. El proceso tendrá lugar a Su manera y en Su tiempo, pero Cristo está siempre listo para sanar cada partícula y aspecto de nuestra agonía.

Al permitirle que Él lo haga, descubrirán que el sufrimiento de ustedes no fue en vano […]. Como ven, la naturaleza misma de Dios y el objetivo de nuestra existencia terrenal es la felicidad, pero no podemos llegar a ser seres perfectos de gozo divino sin las experiencias que nos prueban, a veces hasta lo más profundo de nuestro ser. Pablo dice que hasta el Salvador mismo fue hecho eternamente “perfec[to] [o completo] por aflicciones” [Hebreos 2:10]. Por ello, cuídense del susurro satánico de que, si fueran una mejor persona, se evitarían tales pruebas.

También deben resistirse a la mentira relacionada de que sus padecimientos sugieren que ustedes de algún modo se encuentran fuera del círculo de los elegidos de Dios, quienes parecen desplazarse de un estado bendecido a otro.

Hermanos y hermanas, sufrir en rectitud les ayuda a ser merecedores de estar entre los elegidos de Dios, en lugar de diferenciarlos de ellos.

(Matthew S. Holland, “La exquisita dádiva del Hijo”, Liahona, noviembre de 2020, págs. 46–47)

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