Mateo 26; Marcos 14; Juan 13 | En memoria

Escrito el 04/06/2023
Hernán Felipe Toledo

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Resumen de la clase

Antes de la fiesta de la Pascua judía, María ungió al Salvador con un perfume precioso, y Judas conspiró con los principales sacerdotes y los escribas para matar a Jesús. Durante la cena de Pascua judía, Jesús anunció que sería traicionado. Los apóstoles quisieron saber quién traicionaría al Salvador y le preguntaron: “¿Soy yo, Señor?”.

En un lugar conocido como el aposento alto, el Salvador “se sentó a la mesa con los doce” (Mateo 26:20) y observó la fiesta de la Pascua judía una última vez en el curso de su vida terrenal. Durante esa última cena de Pascua judía, Jesucristo instituyó la ordenanza de la Santa Cena como la nueva forma de que Sus discípulos lo recordaran.

Después de participar de la cena de la Pascua judía, Jesús lavó los pies de Sus discípulos. Les enseñó acerca de servirse y amarse unos a otros.

Mateo 26:6-12 ¿Por qué ungió María a Jesús?

El élder James E. Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, declaró:

Ungir la cabeza de un huésped con aceite ordinario [común] significaba honrarlo; ungirle también los pies indicaba una consideración inusual e insigne; pero la unción de la cabeza y los pies con nardo, y tan abundantemente, fue un acto de homenaje reverencial raras veces obsequiado aun a los reyes. El acto de María fue una expresión de adoración, el fragante derramamiento de un corazón rebosante de adoración y cariño.

(Véase James E. Talmage, Jesús el Cristo, 1964, pág. 539)

Mateo 26:21-25 ¿Soy yo, Señor?

Los discípulos no dudaron de lo que [Jesús] dijo, ni tampoco miraron a su alrededor para señalar a otro y preguntar: “¿Es él?”.

Al contrario, “entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?” [ Mateo 26:22 ; cursiva agregada].

Me pregunto lo que haríamos [nosotros] […]. ¿Miraríamos a los demás y diríamos en nuestro corazón: “Probablemente está hablando del hermano Johnson. Siempre he dudado de su fidelidad”, o “Qué bueno que está aquí el hermano Brown. Realmente necesita escuchar este mensaje”? O, como los discípulos de la antigüedad, examinaríamos nuestro interior y nos haríamos esa pregunta penetrante: “¿Soy yo?”.

En esas palabras sencillas, “¿Soy yo, Señor?”, yace el comienzo de la sabiduría y el sendero a la conversión personal y al cambio duradero.

(Dieter F. Uchtdorf, “¿Soy yo, Señor?”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 56)

¿Cómo podemos ayudar a los demás a sentir el amor de Jesucristo mediante el servicio que les prestamos?

El presidente Henry B. Eyring compartió el siguiente relato:

[S]e me asignó visitar la reunión sacramental de una residencia de ancianos, donde se me pidió que repartiera la Santa Cena. En vez de pensar en el proceso o en la precisión de mi manera de repartir la Santa Cena, observé el rostro de cada anciano. Vi que muchos de ellos derramaban lágrimas. Una mujer me tomó de la manga, dirigió su rostro hacia mí y dijo en alto: “Oh, gracias, gracias”.

El Señor había bendecido mi servicio efectuado en Su nombre. Aquel día había orado para que se produjese ese milagro en vez de orar por lo bien que podría hacer mi parte. Oré para que las personas sintieran el amor del Señor a través de mi servicio amoroso. He aprendido que esta es la clave para prestar servicio y bendecir a los demás en Su nombre.

(Henry B. Eyring, “Bendecir en Su nombre”, Liahona, mayo de 2021, pág. 69)

Juan 13:26 ¿Qué es el pan mojado?

El “pan mojado” que se describe en Juan 13:26 era un pequeño trozo de pan que los que comían utilizaban para servirse caldo y carne de un cuenco. Dado que era una expresión de amabilidad y respeto que el anfitrión mojara un trozo de pan y lo diera a su invitado, con este gesto el Salvador ofreció a Judas una muestra de amistad, tal vez una última oportunidad para que renunciara a sus planes de traición.

Juan 13:35 “En esto conocerán todos que sois mis discípulos”

El ejemplo de discípulos amorosos para ayudar en la conversión de alguien queda ejemplificado en el siguiente relato del élder Paul E. Koelliker:

Dos jóvenes misioneros tocaron a una puerta esperando encontrar a alguien que recibiera su mensaje. La puerta se abrió y un hombre bastante alto los recibió con una voz nada amigable: “Pensé que les había dicho que no tocaran otra vez a mi puerta. Les advertí antes que si alguna vez regresaban, no sería una experiencia agradable. Ahora déjenme en paz”; y rápidamente cerró la puerta.

Al alejarse los élderes, el misionero mayor y más experimentado puso su brazo sobre el hombro del misionero menor para consolarlo y animarlo. Sin ellos saberlo, el hombre los observó por la ventana para asegurarse de que habían entendido su mensaje. Él esperaba verlos reírse y tomar a la ligera su cortante reacción al intento de visitarlo; sin embargo, al ver la expresión de amabilidad entre los dos misioneros, su corazón se enterneció de inmediato, volvió a abrir la puerta y les pidió a los misioneros que regresaran y compartieran su mensaje con él […].

Este principio de tener amor los unos por los otros y desarrollar nuestra capacidad de centrarnos en Cristo al pensar, hablar y actuar es fundamental para llegar a ser discípulos de Cristo y maestros de Su evangelio.

(Paul E. Koelliker, “Él en verdad nos ama”, Liahona, mayo de 2012, págs. 17–18)

¿Cómo podemos evitar ser demasiado autocríticos al mismo tiempo que reconocemos la necesidad de mejorar?

La hermana Michelle D. Craig, Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, compartió la siguiente reflexión:

Deberíamos recibir con ánimo los sentimientos de descontento divino que nos llaman a alcanzar una forma más elevada de hacer las cosas, al mismo tiempo que reconocemos y evitamos el desaliento paralizante de Satanás. Este es un espacio valioso en el cual Satanás está muy ansioso de entrar. Podemos elegir caminar por la senda superior que nos lleva a buscar a Dios y Su paz y gracia, o podemos escuchar a Satanás, quien nos bombardea con mensajes de que nunca estaremos a la altura: no seremos lo suficientemente ricos, lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente bellos, o cualquier otra cosa. Nuestro descontento puede volverse divino, o destructivo.

(Michelle D. Craig, “El descontento divino”, Liahona, noviembre de 2018, pág. 53)